Violencia escolar: cuando el aula deja de ser refugio

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Por Roberto Alfonso Madariaga Guentecura

En las salas de clases ya no solo se enseñan matemáticas o lenguaje: también se aprenden —a la fuerza— formas de sobrevivir a la violencia. El colegio, que alguna vez fue un refugio, hoy enfrenta el eco de una sociedad en crisis.

En más de una escuela del país, el silencio no nace del respeto, sino del miedo. Hay profesores que piensan dos veces antes de corregir a un estudiante, y estudiantes que, incluso desde la infancia, descubren que gritar, empujar o golpear puede ser una forma de hacerse escuchar. La violencia ha dejado de ser una excepción: es parte del paisaje cotidiano.

Pero esta violencia no brota del suelo escolar como mala hierba. Llega desde fuera: de hogares agrietados, de redes sociales donde todo se resuelve con burlas y amenazas, de un entorno social donde el respeto parece en extinción. Lo que se vive dentro de las escuelas es una réplica, a veces amplificada, de las fracturas que arrastramos como sociedad.

Y en medio de ese panorama, los docentes no solo enseñan: contienen, median, escuchan, reportan, sobreviven. Muchos lo hacen con vocación inquebrantable. Otros con agotamiento crónico. Pero todos con la sensación de que algo esencial se está perdiendo: el respeto por el otro, la posibilidad del diálogo, la confianza en que la escuela puede ser un lugar seguro.

Esto no es solo un problema de disciplina o convivencia. Es una advertencia social. Si los colegios son el espejo de lo que somos, hoy nos estamos reflejando con ojeras, heridas y desconfianza. Pedirle a la educación que lo solucione todo es injusto, pero también es una oportunidad: porque en ella, con las herramientas adecuadas, aún podemos sembrar otra forma de vivir juntos.

La formación socioemocional, el trabajo colaborativo con las familias, el acompañamiento a docentes y estudiantes no pueden seguir siendo notas al pie de las políticas educativas. Deben ser el centro. Porque no hay reforma curricular que valga si los alumnos no pueden aprender sin miedo, y si los profesores no pueden enseñar sin sentirse en guerra.

Educar en la paz no es un lujo ni un ideal ingenuo: es una urgencia.

Porque si el aula deja de ser refugio, ¿dónde van a aprender los niños a vivir sin miedo?.

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