Atardece. La ciudad se apronta a dormir para dar paso a un pueblo del pasado.
El invierno cubre con su manto de frío a la Comarca de Ensueño, mientras las nubes sombrías ocultan las cimas de los cerros aledaños. De esta manera, la noche se aproxima con rapidez y la sociedad se apaga lentamente como la llama de una vela que está pronto a extinguirse.
Es así como emerge el alma de un Pueblo Fantasma en lo que era –hasta hace algunas horas-, una ciudad pletórica de ajetreo y saturación vehicular. Ahora, las calles yacen solitarias y húmedas, siendo recorridas por el canto lejano de un borracho nostálgico. ¿Será también un fantasma?
Densos cúmulos de nubes se aprontan a llorar sobre este pueblo y ya caen las primeras gotas aisladas desde el cielo. Algunas de ellas, llegan a resplandecer ante el alumbrado público, semejando ser luciérnagas que juguetean de manera errática. Gotas de agua con alma de niñez e inocencia, han de bañar al suelo tapizado de hojas otoñales que el viento empuja a un destino incierto. Gotas de agua pura y hojas otoñales: ambas convergen y se saludan como dos amigas que se reencuentran con profunda emoción.
Y la lluvia ya se ha desatado sobre este pueblo fantasma.
El tiempo ya es una ilusión. El reloj de la iglesia está detenido. Hace muchos años que dejó de palpitar. Ya no hay espacio ni tiempo para el tiempo que marcaba este reloj porque su tiempo ya pasó. Sus agujas se han dormido para siempre, aunque aún sueñan con dar inicio a la melodía de las campanas.
El clamor de un tren de carga trasnochado avisa su llegada. Con su presencia, intenta dejar una huella en este tiempo que no es tiempo. Pronto inicia su marcha y se aleja hacia el sur aullando con profunda letanía. Su visita fue efímera; bastante acotada. ¿Habrá sido otro fantasma?
Los edificios patrimoniales abandonados ensalzan el alma espectral de este pueblo. Para las generaciones antiguas, alguna vez llegaron a tener vida; para las actuales siempre han sido cadáveres arquitectónicos. Y sin embargo, aún esperan ser visitados para que algún día se devele su eterno misterio. ¿Serán representantes de una cultura fantasma?
Sigue lloviendo sobre este pueblo y la noche alcanza su apogeo. Desterrado de sus más profundos anhelos y ante las viejas murallas del cementerio, un poeta solitario e invernal contempla las copas de los árboles que oscilan a merced de un viento implacable, mientras los huairavos graznan y sobrevuelan en la plenitud de la oscuridad.
Patricio Balocchi Iturra