Como el amor por la historia de lo nuestro es todavía una tierra inexplorada, pocos toman atención al rústico letrero que anuncia a los transeúntes de la calle Valdivia que el club Tomás Lawrence mantiene una lucha sostenida desde el 5 de septiembre de 1928. De este modo, vemos que esta institución es más antigua que muchos clubes de renombre.
En los funestos años de las guerras mundiales en Europa, los intrépidos dirigentes de Tomás Lawrence, haciendo gala de un coraje pocas veces esgrimido, ofrecieron una disputa al famoso Colo- Colo en canchas colchagüinas, la cual fue aceptada con espíritu de camaradería por la institución capitalina. Pasados los primeros minutos del encuentro, cuál habrá sido la sorpresa para los aficionados al presenciar el gol de Héctor “Cachimba” Muñoz, fundador del club, que puso por delante a los colores oro y cielo del pequeño club sanfernandino. Se volvía a repetir el ejemplo de David contra Goliat, ahora en una cancha con hombres que combatían por ingresar un balón en el arco rival. Llegó el minuto 90 y el equipo albo no fue capaz de torcer la férrea defensa de Tomás Lawrence que alzó sus banderas con un hito digno de imitar.
También es muy importante consignar que de las entrañas del Tomás Lawrence y de Unión Fraternal nació el Club Deportivo San Fernando, que hoy conocemos como Colchagua, escuadra que compitió en primera división en sus años de gloria, y que tuvo en sus filas a jugadores como Lizardo Garrido, quien también vistió los atuendos de la selección nacional y de Colo- Colo, con quien obtuvo su máxima conquista, la esquiva Copa Libertadores en el año 1991.
Esta introducción la hago para poner un contexto sobre una enorme sorpresa que tuve este año. Buscando una academia de fútbol para niños, di con las dependencias del club Tomás Lawrence que ofrece entrenamiento los días miércoles y partidos los fines de semana. En tiempos en que abundan los que destruyen, o los que se afanan en criticar, quedan algunos que construyen en una dura labor silenciosa “echándose la patria al hombro” y “haciendo míos a los hijos de los demás”, como decía el cantautor trasandino Ricardo Lorio (Q.E.P.D). Que importante es para tanto niño que carece de figuras paternas, que el profe le grite “meta hijo”, “vamos que se puede mijo”.
Dejo testimonio del trabajo encomiable de los coordinadores del Club Tomás Lawrence, quienes suplen de cierta manera los graves problemas de autoridad que flagelan a nuestra patria, ofreciendo con amor la dedicación a la disciplina del balón que naciera en las islas británicas a fines del siglo XIX. Desde su piedra fundacional, instaurada en 1928, el club ha seguido sus actividades enfocado en ser semillero de una juventud que busca abrirse paso y dejar huella en pos de una mejor ciudad. Así, el Club ha tenido generaciones de coordinadores que han mantenido viva la llama del amor al deporte más popular del mundo, que une sin barreras de razas o idiomas.
A los que jugamos en los años noventa en canchas de tierra, con camisetas descoloridas y mal lavadas, acompañadas de pantalones cortos de colores similares que debíamos llevar de nuestras casas, podemos ver maravillados los uniformes relucientes de Tomás Lawrence sobre una carpeta verde perfectamente marcada. Además, para mayor seguridad, la justicia es administrada, incluso en las divisiones menores, por tríos de árbitros que cumplen con facha de jueces de primera. Y hay camarines… y una colación nutritiva tras el partido, nada más lejano a los encuentros entre equipos de distintas cavernas que disputamos con pelotas que si llegabas a cabecear quedabas medio tonto una semana.
Insto a que asistan a los partidos que se juegan los fines de semana en las canchas traseras del estadio de Colchagua. Ahí verán, con sus propios ojos, la excelente organización de los dirigentes y apoderados que conducen a sus críos por las seguras vías del deporte, vacuna inmejorable de tanto mal moderno. Cuerpo sano, mente sana, oímos tantas veces los que pintamos canas en nuestras infancias, al calor de abuelos que corregían a punta de varillazos que hoy agradecemos, pues nos mantuvieron en el camino recto. Hoy en día, si se grita muy fuerte aparecen los sicólogos infantiles que, como reformadores del genoma humano, pregonan por juegos pulcros, ojalá sin patadas ni chistes ante goles tontos, por miedo a los traumas que necesitan tanto de sus esmerados tratamientos. Lo que no saben es que uno, ya de viejo, recuerda cada gol en contra con la misma nostalgia que los hechos a favor solo por el hecho de haber estado ahí.
En tiempos de total confusión educacional… y por más que repitan, por diario y televisión a toda hora y entre comerciales, que no importa competir sino participar, sabemos que no pueden cambiar la realidad. La vida es dura y se pone peor, por eso es misión de todo adulto el formar desde pequeños a “monjes, faquires y guerreros”, como decía don Eduardo Bonvallet. Contra viento y marea, “el gurú” se las ingenió para que las semillas que sembró se abrieran camino entre años de fracasos. Así, la selección de oro, que se crío con eso de “no soy chilenito, soy chileno”, levantó las copas América de 2015 y 2016, cambiando el ánimo de toda una generación que no vestía “la roja” con el pecho inflado.
Invito a respaldar estas empresas altruistas, con el apoyo que cada uno pueda efectuar conforme a sus realidades, porque donde se educan niños siempre hay necesidades, las que mayormente son de cariño, atención y dedicación. Todo bote, por más que pretenda parecer fragata, necesita de un faro que le indique los peligros.
A los niños del hoy, escuchen un pequeño consejo que entenderán de mayores. Cuando jueguen en la Primera de sus vidas, dentro de una cancha de fútbol, en una oficina, fábrica o en labores agrícolas, devuelvan la mano a su Club que paternalmente les dio todo, esperando nada. A su vez, dejen en herencia para sus nietos lo que ahora pueden disfrutar, y que con los años serán parte de sus recuerdos más atesorados.
Ángelo Guíñez Jarpa
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Escritor, Investigador e Ingeniero en Prevención de Riesgos
UTEM, AIEP
Centro de Estudios Avanzados de San Fernando.