Romance de la higuera o la cintura verde de San Fernando (I)

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La característica urbana más señalable de lo que podríamos conjugar como una breve historia cívica de San Fernando de Tinguiririca, es el papel que jugaron los arboles domésticos -limoneros, naranjos, parras, manzanos, higueras- en el habitar y en el permanecer de los primeros pobladores, herencia e identidad de un pequeño villorrio agrícola entre dos ríos y varias vicisitudes más. Parida en dos y criada en cuatro, en medio de un océano de trigo, se fue llenando de acequias y huertas para calmar con albahaca las calenturas veraniegas y con romero y laurel los buenos guisos preparados por la abuela en los largos inviernos de pan amasado y miel.

Cambiaron muchas veces las hojas del calendario que colgaba en la agrietada pared que nuestro padre entintaba con pasión para cubrir las huellas del último temblor. Y los arboles domésticos seguían en el patio iluminando con sus azahares y frescos olores la primavera que se nos prometía de fonda y volantín. Como coloreando el caliente sol del último verano, los faroles del patio siempre estuvieron ahí, esperando las fiestas familiares, los cumpleaños, a veces también el bautizo del último nieto. Para limar asperezas familiares, salíamos de madrugada a conversar un cigarro bajo el techo de estrellas, creyendo escuchar el rumor de las hojas del limonero y la vieja parra, que de vez en cuando terciaba alianzas de paz. Más de una vez encontramos torcido hacia nuestra higuera, el manzano que florecía en casa de la vecina Alondra, que hacía honor a su nombre viajando por largas temporadas a otras ciudades. Los arboles domésticos que cobijaron romances y alumbramientos, como corazón verde de la ciudad fueron olvidados y suplantado por la nada, por el hormigón, de fácil cubierta, de rápido secado que tapa con facilidad la falta de ideas para hacer de los lugares del hombre un discurso valiente de belleza y habitar blando y flexible.

Llegó la modernidad envuelta en un largo abrigo gris, vinieron nuevos vecinos y los arboles domésticos que iluminaban los patios de luz y de sombra se fueron, se marcharon porque los hombres prefirieron el metal y el cemento; la calle se tornó en pasaje y las plazas en anchos eriales de polvorienta sequedad. También el hombre olvidó los arboles de las calles que cubrían de sombra el habitar y los trajines a lo largo del día y los meses. El mandato de la modernidad era dejar libres las calles y veredas para posibilitar el paso de humeantes automóviles y ruidosos camiones, olvidando que la ciudad es de los hombres y no de las máquinas. Y mientras el corazón verde del interior de las manzanas se marchaba, San Fernando de Tinguiririca se torno en una ciudad desolada, la más caliente y seca del valle central, la menos bella, la menos arbolada, la menos cuidada en ornato y habitabilidad, a pesar de las dos aguas fundacionales y las cuatro aguas de su recorrido vital.

Pero nunca es tarde si el proyecto es bueno, mientras haya un proyecto aun hay vida decía el poeta aunque las autoridades y sus técnicos en sus limitaciones nos amenacen con ciudades inteligentes y creativas, smart cities y otras gavelas dicen, olvidando que las ciudades deben ser construidas y restauradas como lugares para abrigar la permanencia del ser humano y cobijar los sueños y propuestas para una buena vecindad y una mejor sociedad. Y esa poquita ciudad que nos han ido dejando alcaldes y regidores disfrazados de godos y visigodos, aún tiene sus atajos para transformar su cintura verde en lugares paisajísticos habitables, que apacigüen la gran carencia de espacios verdes, la recuperación y reparación de las tonterías que hemos hechos con nuestros bienes paisajísticos. Hoy se nos brinda la oportunidad estratégica de abrir la ciudad a sus orillas húmedas, proporcionándole una razón paisajística urbana a los ríos Tinguiririca y su pequeño pariente, el Antivero. Tinguiririca se entiende en idioma ancestral como convergencia de aguas entre cerros y hoy debe ser transformado en convergencia de proyectos para una buena ciudad, para una  sociedad que necesita con urgencia espacios públicos protegidos, amables y gentiles, de buena calidad para afrontar la ciudad de los 50 grados y los largos aguaceros que nos predicen los hombres y mujeres del clima.

Jonás Figueroa Salas - Arquitecto Urbanista

JFS/mbg 14.09.2023

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