Santiago Astrain Castro (1918-2008): El ingeniero sanfernandino que hizo del mundo una aldea global

Columnas y Artículos

“La luna de ladrillo” es un cuento de ficción escrito en 1869 por el norteamericano Edward Everett Hale (1822-1909). Esta particular luna es el primer satélite artificial que registra la literatura. “Principios matemáticos de la filosofía natural”, escrito en latín y publicado en 1687 por Isaac Newton (1642-1727), es considerada por muchos la obra científica más importante de la historia. Los Principia y obras como las de Everett fueron la base y la inspiración de una pléyade de científicos e ingenieros del Siglo XX que vieron en el espacio una última frontera que el hombre debería transponer.

El ingeniero esloveno Herman Potočnik (1892-1929) publica en 1928 “El problema de los vuelos espaciales”. En este libro aparece determinada la órbita geoestacionaria, una órbita situada a 35.786 kilómetros del ecuador de la Tierra en la que los satélites artificiales se mueven en sincronía con la rotación terrestre. En 1945, en un histórico artículo, el escritor británico Arthur C. Clarke, ilustra cómo podía cubrirse toda la tierra con tres satélites en órbita geoestacionaria.

En 1904 Ambrose Fleming había inventado la válvula de vacío y en 1946, con diecisiete mil de estas válvulas, se fabricó el primer computador de la historia, el ENIAC.  En los Laboratorios Bell, en 1947, se inventa el transistor, la mayor revolución silenciosa del Siglo XX. De esta forma, la física cuántica se incorpora a nuestra cotidianeidad y John Bardeen, Walter Houser Brattain y William Shockley ganan el Premio Nobel de 1956. El desarrollo de la cohetería se debe a Wernher Von Braun (1912-1977) y la Segunda Guerra Mundial. En menos de cien años la luna de ladrillo del clérigo Everett había sido completamente teselada. En 1957, el Sputnik 1 de Serguéi Koroliov (1907-1966), primer satélite artificial en órbita terrestre, desata la carrera espacial entre USA y URSS. Todo esto ocurría en los Imperios.

Pero la idea propuesta por Arthur C. Clarke aún era una quimera. La conquista de la “Órbita de Clarke” fue una hazaña que la historia había reservado al ingeniero sanfernandino Santiago Astrain Castro.

Don Santiago nació el 25 de diciembre de 1918 en nuestra ciudad. Es una época en que los partos se asisten en casa. Su padre, Santiago Astrain Herveux, había nacido en 1884, en Sucre, Bolivia, el país del estaño y de la soledad. A los 23 años se trasladó a Santiago de Chile a realizar estudios de Contabilidad e Inglés. Fue contratado por la empresa Williamson Balfour para hacerse cargo del Molino El Cisne en San Fernando y luego se trasladó a Chimbarongo a administrar el Molino La Cigüeña, cargo que desempeñó hasta el año 1939. Sin embargo, el joven Santiago permaneció en San Fernando hasta el año 1933, en casa de su abuelo Ulpiano Astrain Latasa, quien estaba a cargo de la administración del Hotel Estación de San Fernando, para cursar sus humanidades en el Liceo de Hombres de nuestra ciudad (hoy Liceo Neandro Schilling).

El Guía del Inter América de 1924 dice que San Fernando, Capital del Departamento y de la Provincia de Colchagua, tiene 10753 habitantes, y que se le dio el título de ciudad el 30 de Noviembre de 1830. Es su Primer Alcalde Don Osvaldo Garretón Silva. Destacan en sus industrias la Fundición Mangelsdörff Hnos. y la Gran Chanchería Italiana Luis Giacomini. En 1924 Pedro Sienna debuta como novelista con “La caverna de los murciélagos”, una de las primeras obras de ciencia ficción en Chile y Olegario Lazo Baeza publica “Nuevos cuentos militares”, entre ellos el clásico “El padre”. “El Tesoro de la Juventud” y “El Peneca” marcan generaciones de chilenos y proliferan las radioemisoras frenéticamente, luego de la inauguración de Radio Chilena en 1923, la primera radioemisora nacional. Es la época del auge de ferrocarriles.  Y de la poesía. ¿Qué sería de la poesía sin los trenes? Temuco envía en tren un poeta a recorrer el mundo y San Fabián de Alico en tren ofrenda a Chile una Violeta. A los 14 años, Santiago Astraín Castro, en tren, deja atrás el pueblo que lo vio nacer.

Don Santiago termina su escolaridad en el INBA (Instituto Nacional Barros Arana) y se recibe de Ingeniero Civil Electricista de la Universidad de Chile en 1943. Durante veinticuatro años imparte docencia en su alma máter junto a Francisco Javier Domínguez, Arturo Arias Suárez, Raúl Sáez, Moisés Mellado y Rodrigo Flores, maestros de la ingeniería chilena. En 1942 ingresa a CORFO y en 1943 se traslada a USA para recibir las maquinarias para las Centrales Hidroeléctricas “Sauzal” y “Abanico”. En 1946 ingresa a ENDESA, alcanzando el cargo de Jefe de División de Ingeniería en 1957, Jefe de la Oficina de Nueva York en 1960 y Subgerente de la Sede en Santiago en 1962. Junto con Raúl Sáez y otros destacados ingenieros funda ENTEL. Impulsó la creación de la Red Troncal de microondas entre Arica y Chiloé y montó la primera estación satelital de América Latina en Longovilo. Entre 1969 y 1971 fue delegado plenipotenciario de Chile a la conferencia internacional que dio origen a INTELSAT. Fue su primer Secretario General desde 1973 y luego Primer Director General, entre 1976 y 1983. Fue distinguido en 1944 con el Premio Marcos Orrego otorgado por el Instituto de Ingenieros de Chile; en 1947 con el Premio Eleodoro Gormaz otorgado por la Universidad de Chile; en 1979 con el Galardón de la Federación Internacional de Astronáutica con sede en París, Francia; en el 2001 con el Premio Arthur C. Clarke de la Fundación Arthur C. Clarke en USA; en el año 2004 con el Premio Nacional de Ingeniería del Colegio de Ingenieros de Chile. Fallece en Gaithersburg, Maryland, USA, el 4 de junio de 2008.

Bajo el liderazgo de Don Santiago el mundo se convirtió en una verdadera aldea global.  “Jugó un papel decisivo en llevar la visión de Arthur C. Clarke de los satélites geoestacionarios y convertirlos en la realidad tecnológica que ahora conecta a las personas y países del mundo” destacó John McLucas en la conferencia en memoria de Wernher Von Braun en el Museo Smithsoniano Nacional del Aire y Espacio, USA, al hacer entrega de la distinción Arthur C. Clarke al ingeniero colchagüino.

Y ahora, en el cielo no sólo las estrellas. La poesía, con su nariz y boca llenas de sangre, ha cedido su reinado en el éter al abstracto y complejo mundo de Maxwell y sus leyes arrancadas de la mente de Dios. Había sido necesario que el hombre construyera un nuevo y sofisticado lenguaje para esta nueva poesía. Las estrellas titilan temerosas. Un escalofrío las recorre: “Toda tecnología lo suficientemente avanzada será considerada magia”, atrevida, la Tercera Ley de Arthur C. Clarke se alza en el firmamento.

Darwin Vega V.

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Ing. Civil/U.Ch.

Centro de Estudios San Fernando

Agradecimientos: A Don Carlos Astraín (sin su valiosa ayuda este artículo no hubiese sido posible).

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