Por: Vania Guajardo Hurtado
Docente de la carrera Servicio Social
IP Santo Tomás, sede Rancagua
A fines del siglo XIX, en Nueva York vivía la pequeña Mary Ellen Wilson, niña maltratada por sus padres adoptivos de manera inimaginable y poco explicables debido a su crueldad. Dada la situación, los vecinos de la niña alertaron a Ettan Angel Weller, que con sus pioneros estudios de Trabajo Social entendió la grave situación de vulnerabilidad de la que era víctima Mary Ellen. Tardó un año en reunir pruebas que comprobaran el maltrato de la pequeña y, al no haber legislación de protección a la infancia, Ettan decidió recurrir a la Sociedad Estadounidense para la Prevención de la Crueldad Animal. En el juicio, se utilizaron argumentos de protección a los animales, para dar cuenta de la necesidad de la niña de ser amparada por parte del Estado, siendo éste un hito relevante en la historia de la infancia y del mismo Trabajo Social, puesto que, a partir de este caso, se abrió la necesidad de contar con una legislación de protección para ellos/as.
Esta historia, nos abre las luces para entender lo que es el Trabajo Social, que tan cotidianamente asociamos con espacios asistenciales, pero que en su génesis nos permite entender a partir de una serie de experiencias, que su labor fundamental dice relación con la visibilización de constantes vulneraciones que ocurren en nuestra sociedad. El caso de Mary Ellen es extremo y es importante destacar que, al día de hoy, hemos hecho pactos civilizatorios importantes, con un hito centrado en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, sin embargo, cabe preguntarse: ¿todavía convivimos con vulneraciones?
Aun cuando podamos como sociedad rechazarlas, no podemos evitar que éstas persistan y se vuelvan un manto doloroso para que quienes las vivencian. Para todas aquellas vulneraciones encubiertas, visibles o ignoradas, el Trabajo Social debe erigirse como una profesión interpelante, corrosiva y demandante de acciones concretas ya sea en el ámbito de las políticas públicas o de acciones que puedan desarrollarse desde la sociedad civil. Pensar el Trabajo Social en nuestra sociedad actual es entender nuestro rol, aquel que está situado en el ámbito de la búsqueda de dignidad para todas las personas, en la persistente demanda de justicia social.
A mitad del siglo XX, Zygmunt Bauman, sociólogo y filósofo polaco, ya nos advertía de las “sociedades líquidas”, aquellas donde tiene lugar la modernidad y donde se despierta lo “líquido” de los vínculos y las relaciones humanas, ese individualismo que muchas veces nos hace perder valor a lo colectivo, a los dolores y problemas del otro, para dar paso a la incertidumbre y una sensación constante de vulnerabilidad. Ese es nuestro contexto hoy y frente a ello, el Trabajo Social aporta con su permanente búsqueda de espacios de encuentro desde lo social.
Podemos asumir distintos roles y funciones, sin embargo, el núcleo, la médula de nuestra profesión, siempre estará dado por la inquietud y movilización frente a las vulneraciones y sufrimientos desde lo social, que se evidencian en dolores, fracturas que generan desenganches que merman el justo derecho de todos/as las personas de lograr un bienestar. Ese es el sentido de nuestra profesión, lo convocante para entender la importancia de que el Trabajo Social persista en recordar en la sociedad del olvido, aquellas vulneraciones que en este siglo XXI, aún persisten.