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Que te importa mi

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Por: Eduardo Robledo P.

“Rolando Cárdenas: La luz translúcida de tus figuras australes removieron las guturales lluvias de la mañana del primer hombre”.

E.R.P.

“Que te importa mí”: antes de que esta frase fuera borrada, debido al remozamiento del refugio López Velarde en la Sociedad de Escritores de Chile, en el periodo presidencial de Ramón Díaz Eterovic, año 1992. Era imposible sustraerse de leer en la muralla a mano izquierda de la entrada interior, esta frase grafiteada por él, o mejor dicho el único giro irreverente testamentado por el poeta magallánico Rolando Cárdenas Vera, quedando de esta manera en el bronce imaginario de sus amigos, incluso de aquellos visitantes furtivos de Almirante Simpson 7.

Pero esta homologación incidental de Let it be, por cierto, que en una versión mucho más áspera que la de los muchachos de Liverpool, no es el único máxime estampado de Rolando, ya que en su poesía encontraremos otras líneas, causando interesantes comentarios y críticas de visibles escritores chilenos, quienes levantaron opiniones en estrecha convergencia sobre la obra de este poeta. Por momentos, definido como un poeta: “más telúrico que Teillier”, como diría en más de una ocasión en el aromado café Do Brasil, el mismísimo Enrique Volpe. Justificando lo anterior, Ignacio Valente refiriéndose al libro “Poemas migratorios” desliza la siguiente crítica: “Se compone de series sucesivas de imágenes de sentido telúrico, un poco a la manera de Saint John Perse y otro poco al estilo nerudiano, transidos ambos por la dosis personal de un tono entre legendario y narrativo, que nos convence del carácter directo y vivencial de esas evocaciones australes”.

Andrés Sabella, publica en El Mercurio de Antofagasta: “Cárdenas no es un poeta de fáciles visiones. Describe ciertamente. Pero sus paisajes surgen envueltos en un nimbo de palabras que más que fijar las cosas, las suspende en un aire purísimo, un aire que embruja, que obliga a que luchemos por penetrar en su propio encantamiento”.

En una entrevista de las Últimas Noticias se le preguntó a Cárdenas: ¿Por qué ese verso tuyo, tan moroso, tan largo? -R: Escribo un verso largo como el horizonte del mar. Pero también alterno con un verso más corto y rápido. Lo que importa es la eficacia de las palabras y los ritmos. No quiero ser brillante ni retórico. Me interesa una poesía auténtica, que se entregue plácida o dramática, pero que se entregue.

Para Cárdenas, el mar compone una de sus principales fuentes nutricias, transmutado en otro pueblo, en otra aldea que navegó con él en la poesía y en su vida, pese a que gran parte de su existencia la pasó en la metrópolis santiaguina. Donde su simpleza de hombre genuino, lo convirtió en un faro para sus amigos escritores y jóvenes poetas, justo en el centro de la ciudad, para ser más preciso en el bar La Unión Chica o Nueva York 11, punto de reunión que liderara con el también poeta lárico Jorge Teillier. Desde ahí se libaba al calor de las contundentes y variadas conversaciones sorteadas por estados de ánimo o frescas coyunturas literarias, políticas o deportivas que podrían aparecer en los titulares desde un rugoso diario sacado de alguna contertulia chaquetilla de invierno. Para tal caso, se debía estar dotado de conocimiento para entrar a ese ruedo conversacional, de lo contrario era mejor escuchar la concatenación de las ideas, esperando cualquier final en la octava columna. “Este poeta austral y neoyorquino”, como lo titulara en el otrora diario Fortín Mapocho el periodista Emilio Oviedo, refiriéndose a Nueva York 11. En ese lugar, el chico Cárdenas encuentra su hábitat poético, la cadena humana alrededor de una mesa o kütral, elemento que conectaba esa memoria genética implacable que le daba el vital motivo de pertenecer a ese espacio y, dicho sea de paso, en uno de los últimos reductos de la bohemia santiaguina.

Rolando fue un contemplador infalible de las mutaciones del día y de la noche, las recogió calladamente para conjugarlas en poemas. Sin lugar a dudas, se convirtió en un fotógrafo fidedigno del acontecer del hombre, inserto en su verdadero ecosistema del cual nunca debió separarse, desde ahí interviene con un canto indigenista, que atesora las reminiscencias más australes de los Selknam, ya totalmente extintos de la comarca patagónica. De esos hombres y de esas mujeres escribió Cárdenas; o también cuando surte la transposición, en la que sale enérgicamente en defensa del árbol, enseñándonos que el hombre es como otro árbol caminando libre por su tierra.

Rolando Cárdenas nació en Punta Arenas en el año 1933. Hace su aparición en las letras chilenas con el título: “Tránsito breve” (1961), que le significó el Premio de Poesía de la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile. Dos años después, aparece el segundo libro “En el invierno de la provincia” (1963), favorecido con el galardón Premio Alerce de Poesía de la SECH. Posteriormente, Cárdenas nos hace una tercera entrega “Personajes de mi ciudad” (1964), integrando prosa poética con algunos grabados de Guillermo Deisler. El antepenúltimo libro será “Poemas migratorios” (1974), que le significó el premio de poesía Pedro de Oña, que otorga la Casa de la Cultura de la Municipalidad de Ñuñoa. “Qué tras esos muros” (1986), será la última obra de Cárdenas en vida. “Vastos imperios”, se agrega como libro póstumo del poeta.

Dentro de los compañeros de su generación de los 50, destacan Efraín Barquero, Cecilia Casanova, Armando Uribe y su histórico amigo Jorge Teillier, ambos lejanos del estruendo y las percutidas pasarelas literarias, -sólo de ellos-. Se escuchaba el silencio y más lejanos de ellos la envidia tan efervescente por estos días.

Este constructor civil esporádico, de la vieja escuela, se tituló en la Universidad Técnica del Estado en el año 1954. En cambio, la construcción de la palabra le brindó muchos imperios imaginarios, que le llevaron a estar presente en la antología de las Mejores Cien Poesías, de Alone.

La muerte de Nana, su compañera, le bastó para ir perdiendo el gusto por la vida, se fue consumiendo en el silencio y el desamparo. Cada vez fueron más distanciadas sus visitas a la Unión Chica. Rolando corrió una suerte parecida a la del poeta Carlos Pezoa Véliz, quien viviera sus últimos días en la indigencia absoluta. Curioso, en su hogar lo encontraron tendido en un sillón totalmente desnudo, como sus antepasados. La Sociedad de Escritores de Chile por su lado, tuvo “intenciones” de ayudarlo, las que se cristalizaron en un par de visitas; después los discursos fueron lucidos en el cementerio.

Rolando viajó a Santiago con sus originarios patagones, porque la distancia no le mermó la memoria, ni menos el lenguaje de su tribu. “...casa, cueva son la seguridad del seno materno...”, escribía Ernesto Cardenal; de la misma manera para Cárdenas fuente vital en el tránsito del hombre por la tierra.

            Con su voz de acentuada firmeza, celaba como guardián los parajes helados, deteniendo el tiempo. Si pasamos por las cercanías del Faro Evangelista, por aquellos años el más austral del mundo, (también aludido en su poemática), podremos tener la certeza de que Cárdenas nos estará mirando desde aquel faro, para guiarnos en la niebla brumosa, justo en la entrada occidental del Estrecho de Magallanes.   

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